domingo, 7 de octubre de 2007

XL ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL "CHE"

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HASTA SIEMPRE COMANDANTE
Aprendimos a quererte
desde tu histórica altura
cuando el sol de tu bravura
le puso cerco a la muerte.

Aquí se queda la clara
la intrañable transparencia
de tu querida presencia
Comandante CHE GUEVARA.

Tu mano gloriosa y fuerte
sobre la historia dispara
cuando todo Santa Clara
se despierta para verte


Aquí... Viene quemando la brisa
con soles de primavera
como plantar la bandera
con la luz de tu sonrrisa.

Aquí... Tu amor revolucionario
te conduce a nueva empresa
donde esperan la firmeza
de tu brazo libertario.
Aquí... seguiremos adelante AL CHE GUEVARA MI GRAN AMIGO
como junto a tí seguimos LEON FELIPE.
y con Fidel decimos Siempre fuiste un conditiero apostólico y evangélico y niño
hasta siempre Comandante. atleta y valiente que sabías dar el triple salto mortal
Carlos Puebla y caer siempre en tu sitio. Ahora también has caído en tu
sitio, yo sé donde estas, y ahí mismo de manto una abraso
y estos versos. El Gran Relincho

En los suburbios de Guatemala
Revolucionarios de la resistencia
Nacían bajo la lectura de tus documentos
Escritos por tu vigorosa mano
Sabias enseñanzas tu "guerra de guerrillas"
Trabajando ideológicamente los militantes
Organizando los primeros brotes

Comandante de las FAR, EGP, ORPA, PGT, URNG,
Hombres que dió el cauce unitario
Elegía de los pueblos del mundo.

Guatemala te dió la experiencia
Un día de 1954 combatiste
El enemigo de mi patria
Venciendolo años después
Antimperialista en todos los confines
Removiste los escritos Marxitas
Ampliando los criterios ideológicos.

Comandante "CHE", humanista eterno
Cuarenta Aniversario de su muerte.
moievazen

Che Comandante el hombre de mirada de infinito
con luz de sol de mañanas
de amaneceres rojos
Che Comandante
tu estatura, Comandante
tiene vuelos y alas de Cóndor
libertad de Quetzales
palabra de los nuevos hombres
verbos consecuentes
mirada de infinitos
ternura de compromisos humanos
"CHE ERNESTO GUEVARA,
compromiso histórico
de la América Latina
CON TUS PASOS GUERRILLEROS
conmoviste las estructuras
dejando tu huella firme
de combatiente heróico
marcada en la Isla de Cuba
en el territorio negro de Africa
En los Andes y en todos los confines,
Tu teoría modificó las teorías
vitalizantes del MARXISMO MILITANTE.
aportando con tu práctica cotidiana
De tu sangre brotaron y brotarán
las semillas que germinan
hasta en el último confín.
moieva

"PUESTO QUE NO PUEDO BESARTE CON MIS LABIOS, TE BESO CON MIS PALABRAS".
Karl Marx.



ALFONSO BAUER PAIZ
TESTIMONIO SOBRE ERNESTO

Habiendo ya transcurrido medio siglo, del año 1954 en el que estuvo en Guatemala El Che he creído oportuno reproducir el escrito que, a petición del periodista e historiador cubano, de apellido Mensia, redacté al llegar a Cuba de exiliado en 1973, después de haber salido de Chile, donde estaba como asilado político, durante el gobierno de la Unidad Popular, presidido por el epónimo socialista Salvador Allende. Mi testimonio tardó varios años en ser publicado y, primero, lo fue en el periódico Gramma y, en seguida, en el número 104 de la revista Casa de las Américas en su edición de septiembre - octubre de 1977.A continuación, su texto:EN GUATEMALA Conocí a Ernesto en mi ciudad natal, Guatemala, en la tarde de un día sábado, a finales de 1953 o principios de 1954. El encuentro ocurrió así. Una cuñada mía anunció, cierto día, su visita a nuestra casa (chalet Cabagüil, Villa de Guadalupe) en compañía de una amiga común, la economista peruana Hilda Gadea, quien estaba exiliada de su patria. Las acompañarían dos viajeros argentinos que estaban de paso en Guatemala, después de haber recorrido como andariegos el continente de Sur a Norte. Efectivamente, un sábado por la tarde llegaron en compañía de los dos amigos sudamericanos. Uno de ellos era un joven médico que no tenía el aspecto de tal, sino más bien de estudiante inquieto y alegre, llamado Ernesto, y el otro, un abogado de nombre Ricardo.Ernesto había manifestado a Hilda Gadea su deseo de conocerme. A la sazón ocupaba yo una posición relativamente importante en el gobierno y en la política de Guatemala. En la administración de Jacobo Arbenz desempeñaba el cargo de presidente-gerente del Banco Nacional Agrario, el cual me correspondió dirigir desde su fundación y, además, era miembro de la Comisión Política del Partido de la Revolución Guatemalteca (PRG).Sin embargo, no dejó de extrañarme que siendo Ernesto médico se interesara por mí --abogado con aficiones de economista-- y no por mis hermanos que como él eran médicos. Luego me di cuenta de que lo que él buscaba no era al profesional, sino al político.Desde los primeros instantes de la charla se estableció entre nosotros dos una corriente de simpatía que hizo que al momento nos tratáramos de vos. El talante natural, sencillo, explícito, franco y jovial de Ernesto contrastaba con la pose doctoral que adoptara el otro visitante. La reunión se animó no solo por la buena condición de conversador de Ernesto, sino también por la compañía estimulante de algunas bebidas espirituosas. Sin muchos preámbulos comenzó esa tarde una larga discusión sobre temas políticos de nuestra América, que se prolongó hasta bien avanzada la noche. Pasados tantos años es imposible recordar en detalle lo tratado en aquella ocasión, pero en términos generales puedo decir que los contertulios nos referimos, entre otras cosas, al peronismo, al aprismo y a las corrientes que le eran afines, como el movimiento de Acción Democrática venezolana, así como a la situación de Guatemala.Para decirlo con absoluta honestidad histórica, el nivel de conciencia política de los tres varones participantes en aquel amistoso encuentro era el siguiente: Ricardo, un liberal afiliado al Partido Radical argentino; Ernesto y yo, aunque ya bastante influidos por la ideología del marxismo-leninismo, todavía conservábamos en nuestro pensamiento político ideas propias de tesis populistas tan en boga en los últimos años de la década de los años cuarenta y primeros de la década de los años cincuenta. Ello explica que en aquel desordenado diálogo que sosteníamos fueran citados con simpatía los nombres de personajes muy variados.Recuerdo también que coincidíamos en señalar que Víctor Raúl Haya de la Torre, Rómulo Betancourt, José Figueres y otros adoptaban posiciones oportunistas cada vez más notorias que les conducían indefectiblemente a entregarse a los intereses de la política de Washington. Mientras Ricardo lanzaba denuestos contra Perón, Ernesto no lo condenaba a ultranza, y señalaba aspectos positivos de su política, entre estos el enfrentamiento de Perón a la oligarquía ganadera argentina y al imperialismo yanqui. Con respecto al comunismo, observaba una conducta que en aquella época hubiera sido tildada por las agencias de información yanqui como la de un fellow-traveller, “un compañero de ruta”. Por supuesto, era un definido antifacista.Ernesto opinó sobre la situación de Guatemala: Jacobo Arbenz, en comparación con Arévalo, radicalizaba el progreso a través de la reforma agraria, lo que señalaba como positivo; pero veía con temor que la pluralidad de partidos que constituían el frente de fuerzas políticas, debido a sus rencillas internas y sectarismos, entorpecía la acción efectiva de las medidas revolucionarias del gobierno y debilitaba la unidad del pueblo en torno a la revolución.La crítica suya era certera, pues a la sazón existía en Guatemala una especie de “unidad popular”, parecida a la chilena de veinte años después, en la que participaban sectores del campesinado, de la clase obrera, de la pequeña burguesía y aun de la burguesía, distribuidos en seis partidos: Acción Revolucionaria (PAR), de la Revolución de Guatemala (PRG), Renovación Nacional (PRN), Renovación Nacional Socialista (PRNS), Institucional Nacional (PIN) y Guatemalteco del Trabajo (PGT) o comunista. En esa alianza el PGT, aunque minoritario, mantenía la hegemonía en las decisiones políticas en materia de reforma agraria, aspectos importantes de la economía, asuntos obreros y política internacional. La unidad era más aparente que real y ocurrían las divergencias y pequeñeses señaladas por Ernesto, quien, además, hacía hincapié en la amenaza del imperialismo yanqui, cuyo golpe ya se veía venir. Le preocupaba la desmedida confianza que los sectores políticos y gubernamentales tenían respecto a poder controlar la situación en un momento de crisis, pues a su juicio no había razones convincentes en qué fundarla. Creía que era necesario organizar la defensa popular y estar preparado para lo peor.Ya de madrugada del domingo se despidieron las visitas. ¡Cómo imaginar que en esa velada el destino me había brindado la distinción más honrosa de mi existencia: hacerme amigo del hombre que por sus portentosas hazañas llegaría a ser, en nuestra época, el arquetipo del héroe, del revolucionario y del libertador! ¡¿Cómo poseer el don de la predicción e intuir en aquel Ernesto Guevara, muchacho, al Che, al Guerrillero Heroico?!Le vi algunas veces más en Guatemala, aunque de manera fugaz, porque eran momentos muy agitados por las incursiones aéreas lanzadas por el imperialismo para hostilizar diariamente la capital. Quizá por equivocación, en un libro que escribió Hilda Gadea (El Che, años decisivos), ella relata que en las vísperas del derrocamiento de Arbenz, Ernesto me planteó la necesidad de armar al pueblo y que mi respuesta había sido la de que eso ya no era necesario porque Arbenz renunciaría. Nunca ocurrió esa conversación y menos pude yo anunciarle hecho tan funesto habiendo sido de los primeros sorprendidos al conocer la noticia a través de la cadena nacional de radio.11 Más datos sobre la vida del Che en Guatemala podrían aportarlos Marco Antonio Villamar, Mirna Torres, Jaime Díaz Rossoto, Elena Leiva, que lo conocieron y trataron. El apellido del acompañante del Che el día de su visita a mi casa es Rojo, Ricardo Rojo.
La primera parte versa en torno a su estancia en Guatemala. Esta segunda parte relata nuestro encuentro en México, como asilados políticos, después del derrocamiento del presidente Arbenz y de su encarcelamiento, junto con Fidel Castro y otros revolucionarios cubanos. EN MÉXICO La primera vez que encontré a Ernesto en la ciudad de México donde ambos estábamos exiliados después de los sucesos de junio de 1954 ocurridos en Guatemala, fue en el parque Chapultepec. Iba él -cámara en ristre- en compañía de mi paisano Julio Cáceres (El Patojo). “¿Qué hacés con esa cámara de turista?”, le pregunté. “No es de turista”, me respondió, “es con la que nos ganamos los pesos.”Recuerdo que le insté para que dejara aquella actividad y se dedicara al ejercicio de su profesión. Le prometí que hablaría con Salvador Piedrasanta, médico guatemalteco con buenas relaciones en México, para que resolviera su situación. Tengo entendido que este logró que se le contratara en un centro hospitalario adonde concurría no muy puntualmente, por las razones que después explicaré.Ernesto seguía siendo el mismo joven sencillo, modesto y completamente ajeno a los prejuicios de clase social, con una personalidad muy segura de sí mismo y, por lo tanto, naturalmente indiferente a las convenciones burguesas. Después le visitaría en su hogar (Nápoles 40, Colonia Juárez), es decir, el que había constituido con Hilda Gadea. Ahí traté a un Ernesto que me era desconocido. El papá feliz, cariñoso y complacido por el nacimiento de su primogénita: Hildita. Sin embargo, de esos goces tiernos y profundos disfrutaría por corto tiempo. Ya había sido presentado con el líder universitario Fidel Castro y entre ambos había nacido una amistad entrañable, basada en la confianza mutua, la pureza de ideales y la indoblegable voluntad de realizarlos.
EN LA CÁRCEL DE GOBERNACION EN LA CALLE DE MIGUEL E. SCHULZ La prensa mexicana informó cierto día -posiblemente de marzo de 1956- de la captura de un grupo numeroso de revolucionarios cubanos que había sido sorprendido en plenas actividades de adiestramiento militar. Entre ellos, los hermanos Castro -Fidel y Raúl- y Ernesto.Debo hacer otra rectificación. En el libro ya citado, Hilda Gadea relata un hecho cierto, pero confunde las circunstancias. Se trata de que ella escribe que habiéndole yo expuesto que había estudiado un recurso, mediante cuya interposición lograría la libertad de Ernesto, fuimos a verlo al presidio. Lo ocurrido fue así: ella me pidió la acompañara un domingo, por ser día de visita, a la cárcel de Schultz, donde estaban detenidos los revolucionarios cubanos, y tratara de convencer a Ernesto (“que lo respeta mucho a usted”, según sus propias palabras), para que permitiera que un pariente de él, acomodado e influyente, hiciera gestiones para obtener su libertad. Accedí inmediatamente y fuimos allá, Hilda, Marco Antonio Villamar -guatemalteco amigo común-, el pariente de Ernesto, cuyo nombre no recuerdo, y yo. Si bien no tuvimos dificultad para entrar a la cárcel (el pariente permaneció afuera), el hablar con Ernesto se hacía casi imposible. Un mozallón enérgico, rodeado de una veintena de compañeros, les dirigía la palabra con vehemencia. Entre los espectadores estaba Ernesto, inmóvil, sujeto por la atención que prestaba al discurso del carismático orador.-¡Es Fidel Castro, el líder del Moncada!- me dijeron al unísono Villamar e Hilda. Sin embargo, temeroso de no poder cumplir el encargo que se me había dado ya que las manecillas del reloj avanzaban y la hora de visita podría pasar sin tener la oportunidad de hablar con Ernesto, en la medida que la prédica se prolongaba, la impaciencia me consumía. Al fin, aprovechando una pausa logramos arrancar a Ernesto del grupo. Cuando le explicamos que el dicho pariente suyo (un hombre de negocios vinculado con la industria cinematográfica) ofrecía mediar con un tío de Ernesto, que desempeñaba el cargo de embajador de la Argentina en Cuba, y quien desde esa alta posición podría gestionar con las autoridades mexicanas su liberación, Ernesto tajantemente dijo: “Hilda: aquí entré junto con los compañeros y junto con ellos he de salir. Nada quiero deberles a esos parientes”. Y dirigiéndose a mí, agregó: “Poncho, de todas maneras, muchas gracias”.Salimos con las cajas destampladas, pero por considerarlo un deber de amistad, decidimos hablar con el pariente y rogarle su intervención. Eso sí, no le ocultamos la reacción categórica de Ernesto y, al conocerla, expresó: “¡Qué macana, este pibe es el enfant terrible de la familia. Pero ya le pasará!”
UN HUÉSPED IDEAL Tal como lo había dicho Ernesto, sucedió: fueron puestos en libertad los integrantes del pelotón revolucionario, pero no por la gestión del pariente de Ernesto, sino gracias a efectivas y dispendiosas estratagemas de Fidel según supe después. No pasó mucho tiempo sin que el amigo Guevara se viese implicado en nuevas actividades con el grupo de patriotas cubanos. Una noche de octubre o noviembre de 1956, Marco Antonio Villamar me fue a buscar para informarme que Ernesto necesitaba esconderse porque las autoridades mexicanas le perseguían. Villamar no podía brindarle su casa por falta de espacio y recurría a mí para solucionar el caso. De más está decir que inmediatamente accedí y, a las pocas horas, llegó Guevara acompañado de dos cubanos a mi hogar situado en la Calle de Anaxágoras, esquina con la Diagonal San Antonio, del barrio Narvarte de la ciudad de México. El aposento que pude ofrecerles fue el pequeño y modesto cuarto de las “gatas” (designación chusca que se les da a las trabajadoras domésticas en México), situado en la terraza del edificio de apartamentos. Mis huéspedes no fueron bien recibidos, desde luego que no por desatención nuestra, sino por su mala estrella. Los cacos hicieron de la suya esa noche en algunas de las habitaciones y la policía se hizo presente para investigar los hechos. Uno de los cubanos, de raza negra, a propuesta de Ernesto fue ocultado dentro de dos colchones, encima de los cuales se sentó el otro cubano. Habían decidido hacer esto porque pensaron que con los prejuicios raciales que desgraciadamente se dan en las sociedades burguesas, la torpeza de algún gendarme condujera a inculpar al compañero prieto. Ernesto fue quien salió de la pieza a recibir a los policías que, sin duda, bien impresionados por su rostro jovial y simpático, no desconfiaron de él y rehusaron entrar a la habitación a practicar el registro. “No, joven”, le dijeron, “no se moleste usted, estamos seguros de que este hecho es obra del amante de alguna de las ´gatas´ que aquí sirven”, y se despidieron. Nunca supe el nombre de los dos amigos de Ernesto, pero en el libro citado de Hilda Gadea (aunque ella sólo menciona a Ernesto y a un compañero más, y por consiguiente, omite al tercero) se relata que uno de ellos era el hoy comandante Calixto García. Al día siguiente, cuando volví de mi trabajo, encontré sólo a Ernesto, pues sus dos amigos habían decidido cambiar de aires. En esas circunstancias, él me pidió un favor: apenas pasara el peligro de la persecución había dispuesto reintegrarse a sus actividades en el hospital donde laboraba ya que -según me dijo, mintiéndome-, debía hacer un largo recorrido de inspección por varios estados de México. Para ello necesitaría estuviesen en buenas condiciones un lote de medicinas que debían conservarse en el refrigerador. Las medicinas eran tantas que no cupieron y hubo necesidad de solicitar a otros guatemaltecos, vecinos y de mi confianza, que las conservaran en sus neveras. Los días transcurrían y Ernesto iba ganándose el cariño de los míos por su carácter y simpatía. Era un huésped ideal. Nada pedía. No molestaba en nada. Incluso había que rogarle que bajara a comer con la familia. No es que fuese huraño, pero sin duda le preocupaba parecer importuno. A diferencia de los guatemaltecos que somos aficionados a los copetines, él era sobrio. Su debilidad era la hierba mate y siempre se le encontraba con la bombilla en la palma de la mano, bebiendo sorbo a sorbo, durante horas enteras. Tenía otra manía, igualmente arraigada: leía como un condenado.(Abro este paréntesis porque lo considero necesario a fin de que se comprenda mejor el incidente a que me referiré después. Entre el grupo más activo de los exiliados guatemaltecos, salvo pocas excepciones como Julio Cáceres y Marco Antonio Villamar, y el equipo de desterrados cubanos dirigidos por Fidel, no existían relaciones. A la sazón los desterrados guatemaltecos consideraban, dadas las condiciones internas de Guatemala, imposible organizar una rebelión armada. Favorecían, en cambio, las acciones políticas, las tareas de organización de masas y las de concientización, aunque se sabía que este era un camino no sólo difícil, sino a largo plazo. Por otra parte, no comprendíamos cómo un dirigente de la talla del joven Fidel pudiese ir a los Estados Unidos, celebrar mítines en parques y lugares públicos y aún más: lograr importantes recaudaciones de fondos destinados a la financiación de la lucha contra Batista. Eso nos hacía pensar en que los norteamericanos no veían con malos ojos a su movimiento y nosotros, que todavía sentíamos la rabia de la impotencia y de la humillación, después de sufrir la intervención yanqui y sus crímenes, cegados como estábamos de odio hacia todo lo que se relacionara con los norteamericanos, no podíamos comprender las peculiaridades del proceso revolucionario cubano. ¡Nada menos olvidábamos a Martí, quien, predecesor de Fidel, también había peregrinado por “las entrañas del monstruo” antes de realizar la independencia de Cuba! También nos separaban las buenas relaciones que los cubanos mantenían con algunos militantes exiliados de Acción Democrática y del APRA, de los cuales los guatemaltecos estábamos ya muy distanciados.)
EL SANTO REMEDIO Y UNA VISITA INESPERADA. Paso, en seguida, a relatar el incidente anunciado. Una noche sesionábamos en la sala de mi apartamento varios miembros de la Unión Patriótica Guatemalteca (UPG), cuando alguien tocó el timbre de la puerta principal del edificio. Desde nuestro lugar de reunión (situado en la planta baja) vimos, a través del vidrio esmerilado de dicha puerta, la silueta de un hombre corpulento tocado con un sombrero abarquillado, del tipo que estaba muy en boga entre los diplomáticos. Pensamos que fuera Guillermo Toriello, ex canciller durante el gobierno de Arbenz. Pedimos a mi esposa que fuese a ver quien era el visitante y mientras tanto continuamos la sesión a puerta cerrada. Al rato, Ernesto me mandó a pedir, por intermedio de mi esposa, la última caja de medicinas que había recibido días antes y que permanecía en una esquina, cerca del patio. Entre cuatro personas o más, apenas si podíamos mover aquella enorme caja. Recuerdo que hacíamos el esfuerzo, Augusto Charnaud Mc Donald, Huberto Alvarado (quien fuera asesinado en 1975 por el gobierno de Laugerud García, siendo secretario general del PGT en la clandestinidad), Víctor Manuel Gutiérrez (también comunista y ex secretario general de la CTG y, asimismo, asesinado por el gobierno militar de Enrique Peralta Azurdia en 1966) y yo. ¡Sin duda alguna -pensé- estas medicinas van a servir de santo remedio! Ahora bien, la situación fue embarazosa para mí, porque mis compañeros se dieron cuenta de que estaba de alguna manera envuelto, a espaldas de mi organización, en alguna intentona armada, fácil de imaginar con quiénes, pues no era un secreto mi amistad con Ernesto Guevara. Sin embargo, tanto ellos como yo fuimos discretos. Ni ellos me reclamaron nada por el incidente ni yo les di ninguna explicación. Después, a solas, mi esposa me contó que cuando ella había salido a abrir la puerta, en vez de aparecérsele Toriello, fue un hombre desconocido y de acento caribe en el habla, quien de primas a primeras le preguntó: “¿Está Ernesto?”. “Aquí no vive ningún Ernesto”, respondió ella. Pero, él insistente, exclamó: “Sé que aquí está y voy a entrar”, y acto continuo, poniendo el pie al lado de la banda de la puerta para evitar que le fuera cerrada, empujó y subió corriendo la escalinata hasta llegar a la buhardilla en que posaba Ernesto. ¡Así fue cómo mi hogar llegó a ser ungido, en tan poco tiempo, una vez más por la historia: el inopinado visitante era Fidel Castro! "
El líder político Alfonso Bauer Paiz, de larga trayectoria revolucionaria en la izquierda guatemalteca, dijo que la juventud que simpatiza con esta corriente ideológica debe tomar el control para pronunciarse ante los problemas nacionales y destacó que si los adultos ya no actúan como revolucionarios, deben dar espacio a las nuevas generaciones. Bauer Paiz, quien perteneció a la juventud revolucionaria de la década de los 40 del siglo pasado, trasladó la percepción que tiene actualmente de la izquierda del país, señalando que los principios revolucionarios se están perdiendo.En una entrevista con Prensa Libre, el funcionario del gobierno de Jacobo Árbenz encargado de iniciar la aplicación del decreto 900, Ley de Reforma Agraria, aseguró que el dinero es el factor responsable de la pérdida de los valores de la revolución, porque está cambiando la conciencia de las personas, provocando que los correligionarios de izquierda se trasladen a los partidos de derecha.La izquierda no se pronuncia ante los problemas nacionales, pero cada vez se pierde más soberanía en Guatemala, mientras que no se ve a ningún partido de esta corriente ocuparse de defenderla, agregó.Los partidos políticos de izquierda perdieron el vínculo entre la ética revolucionaria y la política, por lo que deben actuar revolucionariamente, como se hizo en 1944, destacó el fundador de los Tribunales de Trabajo durante el gobierno de Juan José Arévalo.El líder, de 89 años de edad, alertó que no ve el rumbo que sigue la izquierda, la que debería enfocarse en proponer una reforma agraria, pero no lo hace.Bauer Paiz concluyó que hay que luchar contra la corriente de derecha, aunque ellos están con el crimen organizado, pero si se logró derrocar a gobiernos como el de Manuel Estrada Cabrera, tiene sentido que la izquierda trabaje unida para alcanzar el poder. Fin Cerigua
GOLONDRINA- MEHLSCHWALDE
GÖRISRIED.
Gorisried donde las golondrinas retoman la paz
donde las golondrinas anidan
Golondrina pispireta
con vuelo veloz de torbellino
que enciende la aurora
que enciendes con tu fuegovuelo
que incendias el crepúsculo
regresa a nacer de mi corazón enamorado
regresa a mi corazón enamorado
golondrina de vuelo libre
de libre buelo
ilusión de verano
golondrinita de vuelo libre de verano
de espíritu y alma del Che Guevara,
regresa en este Octubre de aniversario
palabra y compromiso consecuente
CHE golondrina
CHE poetario,
CHE comandante,
CHE camarada
CHE compañero eterno
L I B R E AL V I E N T O
como golondrina errante
forastero de todas partes
CHE golondrina te encuentro en todas partes
En Kotzumel de Ixchel
en el nido de las golondrinas
en el Santurio Maya en Verano.
moieva
"Papeles con Gatillo"
Director: Moisés Evaristo Orozco Leal
EDITORA: Zenaydita Berdejo Geraldo
"REPLÚBICA DEL POETARIO MOIEVAZEN"






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